
Pablo Ibar, declarado culpable en su cuarto juicio
El jurado emite el veredicto para el español acusado de un triple crimen en 1994, por el que se enfrenta de nuevo a la pena de muerte
Pablo Ibar es culpable, según el veredicto del jurado dado a conocer este sábado en el tribunal de Fort Lauderdale (Florida), donde en los últimos meses se ha sometido a su cuarto juicio por un triple crimen en 1994 del que se le acusa.
La vida de Ibar, el hijo de Cándido, un pelotari vasco emigrado a Florida en los años sesenta, no era del todo recta, pero se torció por completo a mediados de julio de 1994. Le detuvo la Policía tras una escaramuza entre pandilleros y trapicheadores de segunda. Poco después, se le relacionó con un crimen espantoso. El dueño de una discoteca local y dos chicas jóvenes fueron asesinados de forma brutal en un chalé de Miramar, un suburbio del sur de Florida donde vivía Ibar.
Una cámara de seguridad casera lo grabó todo: dos personas entraron en la casa, golpearon, robaron y dispararon a bocajarro a las víctimas. El rostro de uno de los dos asesinos es registrado por la cámara: se tapa la cara con una camiseta, pero se descuida en varios momentos y se percibe su cara. Es una imagen en blanco y negro, granulada, de calidad ínfima. El rostro guarda un cierto parecido a Ibar. Eso fue suficiente para que la policía, presionada para encontrar al culpable, le acusara de asesinato.
Ibar nunca ha dicho que en su juventud fuera un modelo de conducta. Eligió malas compañías. Pero siempre ha defendido que él no es un asesino. Su coartada era muy simple: aquella noche la pasó en casa de Tanya, una chica de dieciséis años con la que empezaba a salir. La Policía, sin embargo, se empeñó en montar una acusación desde el parecido de la imagen del vídeo. Según han defendido los abogados de Ibar, los investigadores presionaron a testigos, manipularon ruedas de reconocimiento y desecharon otras líneas de investigación.
Para ellos, el vídeo era lo que en EE.UU. se llama la «pistola humeante», una prueba incuestionable que basta para asegurarse una condena. Pablo, Cándido, Tanya y el resto de su familia han dedicado casi un cuarto de siglo a demostrar lo contrario.
Su lucha por tratar de conseguir dos palabras, «Not guilty», ha sido un odisea. Ibar cayó en un agujero de irregularidades procesales y de manipulaciones policiales, rematadas por un abogado insolvente. El resultado: la condena a muerte tras un juicio en el año 2000. De ahí, al corredor de la muerte, donde se pasó dieciséis años. Ni él ni la familia desfallecieron. Buscaron apoyos en España, contrataron otro equipo legal, apelaron, recurrieron, cuestionaron… La recompensa llegó en 2016, con la anulación de la condena por parte del Tribunal Supremo de Florida, que dictaba lo que para muchos es obvio: las pruebas contra Ibar no son sólidas. Los testimonios de los testigos eran contradictorios o manipulados, no había rastro de ADN de Ibar en la escena del crimen, ni huellas dactilares, ni ninguna otra evidencia de peso.